jueves, 27 de diciembre de 2007

















EL INVEROSÍMIL SECUESTRO DE LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO Y LA OPINIÓN PÚBLICA

El inverosímil secuestro fue posible dado el doble rol de la gallina, en primer lugar el de progenitora y madre, luego, el de fuente de ingentes riquezas, o viceversa, según se lo considere.

Contribuyó a enmascararlo la urgencia de los seres humanos por satisfacer sus necesidades , cuando los bienes que ella proporcionó excedieron las más elementales.

Entonces se adoptaron convenciones que rigieron las relaciones de los humanos con la gallina y la apropiación de los huevos de oro.

Esas convenciones se llamaron trueque, comercio, dinero, propiedad, ley, creencia, gobierno, etc. Acerca de estas convenciones surgieron infinidad de doctrinas que se sofisticaron con el correr del tiempo.

De la observación de nuestra gallina surgió la ciencia y del mejor aprovechamiento de los huevos, la tecnología, con lo que la riqueza creció en forma exponencial, y la avidez por el vil metal también.

Los expertos comenzaron a manipular las convenciones que regían la apropiación, las endiosaron al punto de considerarlas más importantes que a la misma gallina, y se convirtieron de usureros en financistas, de propietarios de tierras y medios productivos en miembros de directorios de grandes empresas trasnacionales, de servidores incondicionales en yuppies, de periodistas independientes en defensores de los intereses de quienes contrataban más publicidad, de escritores en colaboradores en el negocio del entretenimiento, de políticos en manipuladores ambiciosos, etc.

Y todo el mundo estaba tan enardecido, stressado por lo que no poseían, o no perder lo que tenían, que el secuestro de la gallina de los huevos de oro pasó desapercibido.

Recién cuando la gallina comenzó a dar síntomas de agobio, a cacarear fuerte y poner los huevos fuera del nido, algunos se alarmaron y se convirtieron en ecologistas.

Para multiplicar los huevos de oro se producía cada vez más, automotores, combustibles, torres de departamentos u oficinas, acondicionadores de aire y elevadores, energía eléctrica, envases descartables, papel para la publicidad de los diarios y el marketing, minerales metálicos y no metálicos, bebidas sin alcohol y con alcohol, drogas, cigarrillos, alimentos chatarra, caminos, aeropuertos, armas para combatir a los que se opusieran al desarrollo de la libertad del comercio y las técnicas más contaminantes, también armas para los terroristas y los criminales, a quienes no se las vendían gratis.

La gallina se desgañitaba, sofocada por la contaminación perdía su plumaje.

Vender lo que se producía era imprescindible para adueñarse de los huevos de oro, debía fomentarse en los consumidores una ansiedad urgente por poseer esos productos.

Se transformó en ídolos a los que consumían en forma desmedida, era síntoma de elevación, de status, y cuando alguna ansiedad consumista quedaba insatisfecha se sentían fracasados.

El ideal era una perpetua espiral del consumo, en pro de los huevos de oro, que las convenciones rebautizaron como dividendos o utilidades.

Los marginales al incremento de las utilidades eran considerados inútiles desocupados, desplazados por el desarrollo de la mecanización y el desarrollo tecnológico.

A la competencia por las utilidades, a la ansiedad por consumir se agregó la inseguridad provocada por la agresividad de los marginados que además de sus necesidades para subsistir también experimentaban la ansiedad por abandonar la marginalidad y participar del festival consumista.

La mano dura resultaba impotente en ese diario combate de todos contra todos, los más corruptos e inescrupulosos, si mañosos, triunfaban con desenfreno.

Curiosamente ni los triunfadores ni los perdidosos, vivían tranquilos. Los que querían mantener la calma y su posición, debían ser atendidos regularmente por psiquiatras, para no sufrir depresión, desdicha o alienación, así y todo caían. La felicidad resultaba fugaz y no abundaba. Y los que no tenían recalaban en las cárceles, los hospicios, o las villas miseria.

La opinión pública era manipulada por los medios de comunicación en poder de grandes empresas. Y la de los disidentes no tenía mayor repercusión, apenas la indispensable para sostener los beneficios de la libertad.

Fue entonces cuando la gallina de los huevos de oro, amenazó con convertirse en un monstruo inhabitable por los seres humanos.

Los ecologistas se abocaron a la neutralización de diversos factores contaminantes, pero no atribuyeron la responsabilidad primaria a la acumulación de los huevos de oro (dividendos o utilidades), y solo incidentalmente a alguno de sus efectos, el consumismo, el produccionismo, la deforestación, la caza de ballenas, o el empetrolado de los pingüinos.

Solo algunos advirtieron que se debía reducir la influencia de quienes acumulaban los huevos de oro, la producción irracional, la competencia desmedida, recuperar la ciencia y la tecnología para el bien común, si se quería que la gallina volviera a la normalidad.

Cualquier coincidencia de la gallina con la Naturaleza y la vida humana es mera casualidad, o confusión atribuible a maliciosos partidarios de una vida tranquila en la que la felicidad pudiera ser menos fugaz.
















CON EL AGUA AL CUELLO

Clamor de los náufragos: Agua!

Entre y fines del siglo XXI se calcula que el nivel del mar subirá.(alrededor de seis metros según Lovelock, inglés, mayo 2006, y 0,88 m. según Mario Nuñez, argentino, mayo 2006)

La temperatura se elevará en promedio 3 a 5ºC por el efecto invernadero ( gases producidos por el hombre que dificultan se disipe el calor terrestre).

Se derretirán buena parte de los casquetes polares y las nieves eternas.

Esos efectos no serán súbitos, se producirán paulatinamente, vale decir que en los próximos 10 años se elevará 20 centímetros, en 20 años otro tanto y así sucesívamente.

En una parte del planeta, costas e islas, y aún países enteros como Bangladesh, los pobladores con el agua al cuello, no podrán saciar su sed por la salinización de las napas de agua dulce.

El rocoso paraje marino donde Alfonsina Storni ahogó su desesperanza dejará de existir.


ESA ROCA


Con tino muchachos

que el mar no respeta

ni a esa vieja roca

cubierta de estío.

Años ha que el arrebato

encuentra su pecho de lanza, carcomido y dislocado

y en su extravío,

vuelca la espuma con sortilegio de corola

empaña la atmósfera con aroma de rocío

de espigas, de polen salino.

Durante la noche procelosa de los siglos

acariciándola con tersa caricia solapada

la ha plagado de líquenes y algas,

y en la pulida cavidad corroida

abandonó una caracola,

que la roca hizo piedra

templándola con pétrea compostura.

Son sus aguas heladas tan transparentes

que invitan a sumergir locamente

nuestro cuepo afiebrado.

Oh viejo lobo

No intentes sobornarnos

con el sol tibio de tardes calmosas

cuando la vista se adormece

en las aristas brillantes de gelatina.

Con tino muchachos

que el mar no respeta

ni a esa vieja roca

cubierta de estío.


(Habría que colocar un cartel para prohibir zambullirse de cabeza desde la Loma de la Perla, contra las rocas sumergidas)


CLAMOR DE LOS NÁUFRAGOS ¡AGUA!

II

El régimen de lluvias se alterará . A largos periodos de sequía sucederán otros de lluvias catastróficas. Las inundaciones que arrasan con todo, incluso la fertilidad del suelo, se multiplicarán como en un juego de espejos deformantes.

Deberían tomarse enérgicas medidas preventivas.

Que lo digan los vecinos de Nueva Orleans, ciudadanos del país más rico del planeta, el que más contamina (25% de los gases efecto invernadero), que se niega a firmar un acuerdo internacional

para reducir un poco su emisión porque argumenta que la catástrofe no lo asusta.

Y los de Nueva Orleans no cuentan?

Las multinacionales se llenan de oro, y sus directivos son los que opinan y deciden, además tienen medios para difundir sus opiniones.

A ellos mientras siga aumentando el precio de los combustibles fósiles no los preocupan los efectos deformantes En sus espejos se ven lindos! O a las modelos que suelen acompañarlos.

La mayoría de los damnificados que den gracias si siguen vivos, porque son unos muertos de hambre y los muertos no tienen derecho a hablar. Se calcula que a fin de siglo , habrán muerto casi todos, de los actuales 6000 millones solo sobrevivirán 500 millones.

Vecinos de Santa Fe, de Tartagal, o de Quilmes. Productores de la cuenca deprimida bonaerense con los campos cubiertos de agua, agua que se tragó varias poblaciones, entre ellas Carhué. Ya saben lo que les espera.

En las inundaciones además del efecto invernadero, el cambio de régimen de lluvias y la falta de obras de prevención, influyen los desmontes y la perdida de biodiversidad.

Haría falta encarar un plan general de obras del que los inversores del exterior se desentienden.

Todo depende de la capacidad de gestión del gobierno y la desición del pueblo.

También ayudaría que los que tienen esforzados ahorros en el exterior se acuerden de donde los sacaron. Aunque según su idiosincracia es más probable que los depositen en un paraíso fiscal residual de la Antártida o el Polo Norte.

Como dice el tango: No te engañes corazón... Aunque nos pasemos la vida tapando agujeros cada vez tenemos menos chances...

Salvo el derecho a conservar ciertas ilusiones.

Nuestra familia tiene el privilegio de contar con una casita en la costa, donde pasamos con hijos y nietos parte de los mejores momentos de nuestra vida.

Tal vez podamos adaptarnos, como en bajos están el comedor y la cocina , y en altos dos dormitorios y el baño, si nos animamos a llegar nadando podremos disfrutar de un bien merecido descanso.





EL REMATE DE LA VIDA

La casa Shelby y Cía. Gozaba de un bien merecido prestigio.

Fundada en 1882 por James Shelby, anciano retirado en Buenos Aires de las fatigas del campo, contribuyó al aprovisionamiento de la industria inglesa, cuando la rivalidad Norte-Sur y la guerra de Secesión ponía en peligro la producción de algodón, lana, cereales, y un inaudito retroceso industrial amenazaba a la metrópoli.

A diferencia de otros propietarios sajones, absorbidos por los grandes pools o resignados al papel de meros testaferros, los Shelby supieron orientar la proa de su comercio, virando el timón para aprovechar las corrientes del auge, que como es sabido, derivan de uno a otro ramo.

Ductilidad, temple para enfrentar circunstancias adversas heredada del venerable fundador.

James Shelby había llegado al Río de la Plata con la invasión de 1807, finalizado el hecho patrio resolvió, entre otros, quedarse en la tierra que lo había rendido.

Un temperamento díscolo se adecua mal a la disciplina, se había enganchado al ejército porque en las sórdidas callejuelas donde los pilluelos desarrollan sus actividades el aire ya no le sentaba.

Los oficiales vencidos y aquellos de la tropa cuya instrucción alcanzaba a distinguir los caracteres alfabéticos y a dibujarlos temblequeantes, se enriquecieron en los negocios, o en fructíferas alianzas matrimoniales. Pese a haber dejado el uniforme seguían constituyendo una pléyade mercantil de avanzada.

James, rústico iletrado, sólo sabía borronear su nombre lo que lo relegaba a funciones secundarias.

De allí que prefiriera largarse a la aventura. El ambiente de La Pampa, le brindaba la libertad necesaria para desarrollar sus energías naturales. No mataba para comer como los indios, sino que mataba indios para acumular.

Extraña dualidad nacional de los Shelby. James gaucho como el mejor, recorre sus posesiones a caballo e inglés al fin, instala varias pulperías y almacenes de ramos generales para proveer de vituallas a los pobres expedicionarios al desierto, a cambio de las tierras con que la Nación Argentina los habría de recompensar.

El patriarca fallece a los ochenta años rodeado por su familia acongojada y la consideración, acrecentada como su fortuna, de la comunidad.

El patrimonio pronto queda a buen resguardo. La personalidad sanguínea de los sucesores confiere a las decisiones de la empresa un fuerte carácter. Advierten que el comercio de exportación es controlado desde el exterior y limitan el riesgo mediante el refuerzo de los vínculos con los productores locales.

Como estancieros e intermediarios detentan la confianza de ambos sectores, ante ellos se abren posibilidades ilimitadas.

Extienden su acción a los más diversos rubros:
banqueros, financistas, consignatarios de hacienda, cerealistas,
martilleros de los reproductores elegidos en los cértamenes rurales,
agentes de propiedades, etc. Socios dilectos del Jockey Club,
pioneros en la introducción del pura sangre de carrera,
imponen el remate público de los ejemplares criados en los haras del país.

Un solo hombre no podía abarcar tantas materias. La dirección de la empresa se transforma en colegiada, cada uno se dedica a la tarea para la que está dotado, se convierten primero en probos especialistas y luego en sedimentados dirigentes.

Celosos de lo que hoy se llama relaciones públicas, facilitan la asistencia externa a reuniones del colegiado preparadas de antemano. La serenidad y madurez con que se desarrolla la discusión en ese ambiente severo, enormes salones amueblados al estilo victoriano, impresiona el ánimo de los invitados: legisladores, gobernantes, científicos, actores, periodistas, etc.

Los Shelby podían permitirse a los ochenta años abandonar la atención de los negocios (James había laborado toda su vida por la prosperidad de la familia), para disfrutar en paz los años que les quedaran, o dedicarse a entretenimientos afines a sus idiosincracias.

Un exquisito buen gusto hacía que coincidiese el retiro a la presidencia del directorio y el de la vida pública. Ambos acontecimientos eran festejados finamente, con obsequios a los amigos y clientes que alcanzaban real magnificencia.

Cuando se retiró quien tuviera a cargo la consignación de hacienda se organizó una venta en la que, además de agasajar a los compradores con pantagruélico asado , se les entregaba por cada animal macho, una hembra y viceversa. Cuando le tocó al de la agencia de propiedades, se invitó a los compradores de lotes en Bariloche a hospedarse en el hotel Llao-Llao por cuenta de la empresa.

¿ A quien se le habrá ocurrido contratar geishas en el Japón, suaves como palomas, para agasajar a los armadores de la Línea Marítima?

Sin embargo, no todas eran flores, algunos jóvenes perdían el rumbo y se entregaban al libertinaje que el oro depara. Pacientes disposiciones les permitían volver al redil una vez amainados los bríos; y como renovarse es vivir, la experiencia común se enriquecía con la del pecador. Sintomáticamente los dirigentes más talentosos, aquellos capaces de dar un golpe de mano inesperado, dejando a todo el mundo con la boca abierta, o en pelotas, fueron los que en su juventud dieron más trabajo.

Jorge Shelby, George por supuesto, concluidos los estudios gozaban de albedrío para elegir el sitio donde estudiar, se dio una vuelta por el barrio latino de París. Diez años después lo rescataron con la salud quebrantada y una tendencia a la perversión más o menos oculta. (El tango menta francesitas que quedaron desamparadas).

En Buenos Aires la empresa aprovechó sus indudables conocimientos gracias al auge de los negocios de arte y antigüedades. Pintor daltónico, un agudo instinto le permitía adivinar que autores verían valorizadas sus obras, mediante una difusión efectiva y sutil. Ensayista soporífero, sabía ornar con palabras cualquier cachivache sugiriendo la pátina del tiempo y hasta el brillo heroico si la cotización lo demandaba. Disipado derrochon, aconsejaba invertir en mercadería espiritual a los poseedores de ahorros clandestinos, para sacarlos del país eludiendo el pago de impuestos.

La inspiración bohemia acompañaba su personalidad, aunque en la larga travesía, un abismo de kilómetros y medio siglo, de la nostalgia también se hubiera olvidado. Cuando paseaba su elegancia por Florida, rumbo al Jockey, o a la aristocrática recepción, lucía una blanca cabellera voladora que atraía la mirada de los transeúntes, o millonarios danzantes. Natural originalidad cuidadosamente diagramada por el peluquero. Las figuras que visitaban el país no podían resistir la tentación de conocerlo.

Aspiraba a la presidencia del clan pese a que los retrógrados, en todas las familias los hay, se resistían a confiarle su destino. Los Shelby eran respetuosos de las leyes divinas y profanas, en el mismo año nacieron siete, uno de ellos alcanza el honor. George pospuso sus aspiraciones hasta que el Cielo concede al primo la gracia de llevarlo en aura de beatitud. Entonces debe asumir la pesada obligación de completar el periodo, apenas unos meses.

Tanto esperar la culminación de la vida para celebrar los festejos en forma tal que resultaran inolvidables y llegado el momento la melancolía, por sobre las convenciones, mostraba su rostro fiero.

En blanco, vacío, mejor dicho lleno de menudas cavilaciones inconducentes, para disimular la inercia, forzaba la voluntad y a duras penas se arrastraba hasta entrar a la oficina.

Ni las grandes damas de varios apellidos venidos a menos y carnes todavía palpitantes, acercadas con discreción por los Directores, consiguieron sacarlo del mutismo. Esfinge sonriente que engañaba a quienes por interés, o indiferencia, querían ser engañados. Mientras permaneciera alejado de la conducción de los negocios podían respirar tranquilos, que hiciese lo que se le diera la gana.

Y hubiera terminado cubierto de polvo en un despacho solitario si de súbito, a escasos días del evento, no recobra energías.

Su decisión sacude hasta los cimientos de la casa. Proyecta realizar una excepcional subasta en la residencia donde exponen antigüedades y obras artísticas.

¿No iría este loco a malvender las preciosas colecciones? La prevención cobra cuerpo al negarse a elegir las piezas a ofrecer y a la confección del catálogo. Pretendía suplir, como en la Comedia del Arte, el esquema con la improvisación inspirada.

Los Directores temerosos, envían apresuradamente a restaurar las obras más valiosas, otras son puestas a buen recaudo en la caja de seguridad central, se fragúa la enajenación de pinturas flamencas, sugieren dudas acerca de la autenticidad de los incunables. Consiguen que la Cámara de Senadores trate en sesión de tablas un proyecto que prohibe la exportación de reliquias históricas. Así y todo, el conjunto de lo que queda tiene un enorme valor.

Realizaron esas maniobras entre gallos y medianoche, pero un rumor que se cuela y otro que se filtra, excita las pituitarias de los que perciben en el aire el olor de la rapiña, por lo que la intriga alcanza nivel de secreto a voces.

El remate debe realizarse en un atardecer de octubre antes de la caída del sol. ¡Oh pinos de Fiésole. retoños de aquellos a cuya vera los Médicis recordaban a las musas, un nuevo Lorenzo el Magnífico se apresta a deslumbrar al mundo!

Los asientos ubicados en el parque de la residencia, bajo la sombra de los pinos, pronto son colmados por los parientes, quienes aspiraban a reparar la posible porción de pérdida comprando lo que se ofrezca barato.

Para entrar con invitación especial hasta los miembros conspicuos de la sociedad afrontaron serias dificultades, que no decir del público en general.

Los miles de curiosos y posibles compradores establecieron cerco en torno a la verja. Era tal la presión de la muchedumbre que el tramado de hierro, pese a su solidez, amenazó con venirse abajo.

Por los altoparlantes procuraron suavizar la tensa espera anunciando que el acto se desarrollaría desde un balcón exterior, decisión aplaudida calurosamente.

Un grupo de hippies entonaba canciones en agradecimiento y se entregaba a frenéticas danzas juveniles.

La distención fué aprovechada por miembros de la liga de los remates, su negocio marginal consiste en ofertar hasta que los interesados acepten coimear su renuncia, o renunciar a su vez en para que la ligapudiera comprar a bajo precio.

Los disturbios no cesaban, reclamaron por la distancia a la que observarían los objetos. Los altoparlantes reiteran que se les daría el tiempo necesario. Finalmente, con sensible retraso, se daría comienzo.

Un silencio expectante sucedió al descomunal bullicio. Manchado de ocaso y estático el público parecía una comunidad obsesionada por una idea fija, los carteristas hacían su agosto.

Cuando apareció en el balcón George, vestido con túnica blanca, la frente ornada por orquídeas, una ovación estruendosa lo saludó. En la platea los aristócratas, de pié, batían palmas en honor del homenajeado; la turba vitoreaba su nombre.

Con solo alzar la mano sarmentosa acalló las voces. Agradeció emocionado la presencia multitudinaria y se inclinó ante el público, jamás una subasta había alcanzado ese marco, luego con tono pausado hace gala de erudición y memoria, recuerda las más importantes que se realizaran en el pasado, los objetos subastados e cada una y hasta los valores resultantes.

La armoniosa exposición obró como un bálsamo tranquilizador, George supo conquistar a la audiencia.

De explotarse adecuadamente ese clima podrían alcanzarse valores elevados.

En los rostros demacrados de los parientes, largos días y noches sin dormir, se dibujó una sonrisa.

Poseído de su rol el orador los retrotrajo a la creación...:-En el comienzo fue el verbo...Adán y Eva, un hombre y una mujer.

(George predicador, je je je. En vez de esconder los Sevres quizás hubiera convenido ofrecerlos también. Ojalá venda toda la porcelana de Verbano.)

¡Este tío incorregible! Anuncia que va a vender el amor.¡Otra humorada, o ironía, o...!

A la gente le hizo gracia y lo celebró jubilosamente.

-¿Por qué se ríen?- George asumió la paciente actitud de quien sabe más - ¿Acostumbran a considerarlo un sentimiento? ¿Dudan que se trate de una mercancía?

(George moralista, je je je.)

-Les propongo un viaje al terreno luminoso de la razón, una nueva cruzada en pos de la verdad, desfaciendo definitivamente este entuerto.

(Geoge y las cruzadas, je je je.)

-Resulta paradójico que nos resistamos a desmitificarlo. Desde tiempo inmemorial se lo ofrece, se lo vende, se lo trueca, a diario la publicidad nos estimula asociándolo a productos: perfume atracción, coche manzana, cigarrillo orgasmo. Sólo el arte se mantiene al margen del progreso reflejando nuestra propia confusión, lo que es lógico, los elixires demandan mayor tiempo de añejamiento.

(George sensitivo, a otro perro con ese hueso.)

-Recuerden cuán doloroso fue en algún momento de la vida que el amor, como el hierro por el imán, es atraído por la riqueza.

Miradas perplejas, reflectores penumbrosos de la incredulidad, escudriñaban el asombro.

(¿Hasta cuando prolongará esta chanza macabra?)

-Incluso las religiones, en franco proceso de agiornamiento dogmático, quien calla otorga, no incriminan el abandono de los prejuicios por los sectores dirigentes. Corresponde a la era del utilitarismo, de la ciencia y la tecnología, legislar sobre el comercio amoroso. Desgajar el placer del sufrimiento para que nunca más se deba morir por él, como murieron Romeo y Julieta...

(¡Artistrasto! ¡Artistrucho!)

-El remate solo constituye una innovación formal. La Casa Shelby ha querido posibilitar al mejor postor la adquisición del amor. Una vez oblado el importe podrá disfrutarlo tranquilamente. Garantizamos que con este procedimiento se verán libres de complicaciones ulteriores: adulterios, despechos, cansancio, etc. En una palabra el paraíso terrenal al alcance de cualquier bolsillo.-

La desilusión empañó el ánimo de los que habían concurrido atraídos por el afán de lucro.

(Entonces va en serio. ¡Qué mal habremos hecho para merecer la senilidad de George!)

Hasta los que tardaron en bajar de la higuera dejaron de reírse.

Los hippies en cambio, estaban en la gloria.

Pasado el primer instante de rubor por la exhibición del tío,sus familiares escuchaban con indulgencia.

(Debemos respetar la voluntad Divina: Los locos son de Dios.)( Afortunadamente escondimos las mejores colecciones.)

¡Esto es un abuso! Protestaban los de la liga de los remates, ellos no vinieron a escuchar los desatinos de un loco por más Shelby que sea. No querían perder más tiempo.

(¡ Esa gentuza! Hasta aquí llega su aliento ¡Pastasciuta, pescado relleno, empanada gallega! ¡Aluvión zoológico, trepadores!)

¡Qué saque a la venta las antigüedades!

(Je je je. George será loco pero no sonso.)

-¿Quieren mayor antigualla que el amor?- replica Geoge.

Los gritos se pierden entre chistidos Con ser muchos, en relación a la multitud eran muy pocos, solo algunos otros interesados los acompañaban. Y aunque el escándalo los atraía como a los que chistaban, optaron por retirarse tumultuosamente, una actitud rotunda en defensa de sus fueros. Si los remates dejaran de ser un negocio ¿dónde iríamos a parar?

-¿Cuánto vale el amor?- A George le daba trabajo conseguir una oferta.

–Compren ahora, este es el momento, habitualmente resulta más gravoso, los millonarios regalan joyas a las modelos, las norteamericanas suspiran por el amante latino, en Escandinavia gustan los morochos bigotudos.

-A la primera oferta bajo el martillo y ahorran dinero. ¿Cuánto dan por el amor?

La originalidad de su argumentación los divertía.

George comienza a exasperarse.- ¿Han pensado en los sacrificios que exige estar a tono con la moda? Pantalones que marcan las caderas y se introducen en la raya, corpiños que expulsan el pezón a la distancia, plataformas sobre las que se camina pisando huevos, faldas de gran exhibición y poco abrigo. Los hombres jóvenes con los pelos crecidos como monos y los viejos, por no ser menos, se tiñen, masajean, entretejen el cabello. Buena parte de nuestro precioso tiempo se disipa en tales menesteres.

(Danos fuerzas, Señor, para soportar tamañas groserías en aras de nuestros legítimos bienes)

Ya no le interesaba vender. Enardecido, ofrecía su revelación a voz en cuello.

-Después de someternos a penosos tratamientos de adelgazamiento, a feroces mutilaciones quirúrgicas en aras de una estética que no sé si llamar exterior, o sádica, nos consideramos liberados.

La primera fila se agitaba como una lombriz de utilería, en la segunda padecían el mal de San Vito, más atrás se rascaban la oreja.

-Aplicando un criterio semejante a la sociedad ¡el nudismo constituiría la panacea universal!

George remedaba a Gandhi, a Cristo. Un mártir puede pasar desapercibido... –Mientras nuestro espíritu sufre a mares por la inocencia perdida, derrama lágrimas de sangre cuando lo obligan a adaptarse a la prostitución. Sí, prostitución, no me miren así. Y lo voy a demostrar. ¿Quién de ustedes se anima a distinguir en la calle a una prostituta cara de una verdadera señora? ¿Y a un padre de familia de un sátiro? Solo por la posición y circunstancias.

Las damas de la sociedad, alto el porte horrorizado, también se retiraban.

(¡Qué escena horrible! Recuerdo lo elegante que fue siempre y me dan ganas de...¿dónde habré metido los calmantes?)

-¿Por qué me dan la espalda? Se van. Me dejan solo... ¿Acaso no los atrae la posibilidad de disfrutar un amor tranquilo hasta que tengan ganas? ¿Cuál será vuestra inhibición, el masoquismo secreto? ¿Es tan fuerte la diabólica conjura de falsedades que los sojuzga?

Su índice acusativo perseguía a los que se iban.

Los Shelby decidieron tomar medidas enérgicas

(Debían encontrar un juez que decretase la insanía. Pero ¿seguir removiendo el avispero? ¡Si reventase de un síncope!)

A los hippies, George, les daba lástima y hubieran ofertado si hubieran tenido con que, todo el circulante lo habían invertido en yerba. La consoladora alfombra de césped les ofrecía espacio para juegos eróticos. Un espectáculo adicional que atraía la atención de parte del público.

Durante la pausa George se había desinflado.

-En vista de la falta de interés por el amor en general, paso a vender el amor en particular. Comenzaremos con una mercadería pacientemente elaborada, el amor libidinoso, el de los ancianos que aspiran a desvirgar púberes de once años, el de las violaciones delictivas realizadas por hombres casados, el de las matronas menopáusicas deseosas de gozar a adolescentes imberbes, el amor contra natura que no desdeña órganos ni formas, por complicadas que resulten. Pese al decaimiento se le salían los ojos de las órbitas.

El desbande era masivo.

Un chusco le pidió que hiciera demostraciones en vivo, e iba a complacerlo.

El personal enviado para impedírselo no pudo ingresar al balcón.

Haciendo un supremo esfuerzo el primo Alcibíades, de 94 venerables años, se subió a una butaca para apostrofarlo.

“¡Estúpido! La trayectoria de la Casa Shelby, no se verá enlodada por la senilidad de un imbécil irresponsable. Tu calaña decadente allana el camino a las pretensiones plebeyas. Constituyes un baldón. ¡Basta ya! baja de ahí.”

Nunca se había sentido George tan confundido. Alcibíades era quien lo había rescatado de interludio parisien. Intentó tartamudear una respuesta.

-Estee... Quise expresar mi verdad... para que me comprendan, para que no la olviden...

“¡Cállate George y déjame terminar! ¡Hazlo por el recuerdo de la madre que te amaba tiernamente!”

-Es cierto... cuando las institutrices me trataban con cariño recibían una bonificación...

Nunca se llegó a saber quien armó el brazo del energúmeno que disparo el tiro.

Caído sobre el balcón en postrer saludo, una rosa cubrió la túnica de George a la altura del pecho y los pétalos se marchitaron sobre el jardín.














LEALTAD A LA REDONDA

¿Por qué consideré al “Indio”, durante tantos años, el mejor amigo de mi niñez, si la relación fue acotada, al punto que nunca conocí la casa donde vivía?

Era flaco, relativamente alto, morocho, de cabellos lacios retintos y ojos achinados;
pertenecía a una familia alemana, único varón entre varias hermanas y el menor de todos.

Coincidió nuestra amistad con el periodo más feliz de la infancia, al que contribuyó el afecto. Sentirme apreciado por algunos compañeros de la escuela, o mis amigos en los juegos de la plaza.

Fue aquel en el que vivimos en una enorme casa de ciento veinte departamentos, cercana a la Plaza Lavalle. El Indio coincidía en ambos lugares; en la escuela, donde yo me sentaba más adelante y el dos o tres bancos hacia atrás para alejarse de la atención del maestro, porque era más vago, aunque despierto e inteligente; y en la tercera manzana de la Plaza, ex quinta de los Dorrego, donde nos dedicábamos casi con exclusividad a jugar a la pelota en una callecita interior, estacionamiento de pocos autos y pasaje aún de menos.

A otros compañeros de la escuela había que ir a visitarlos a la casa, donde la presencia de mayores me inhibían. Además el “Indio” era un crack, la llevaba pegada al pié y nadie se la podía sacar, en aquel tiempo hacerle foul a un habilidoso era mal mirado, y el “Indio” lucía pero no se burlaba de nadie. En los picados cuando hacía mita y mita, ahora se llama pan y queso, siempre me elegía a mi primero, aunque yo era medio patadura. A los nueve años me había fracturado una pierna y tardé como seis meses en volver a caminar sin renguear. El “Indio prefería un defensor rudo que dejara pasar la pelota pero no el contrario, para poder desentenderse del propio arco y concentrarse en su malabarismo. Me apodó Montañez, sólo se le ocurrían apodos futboleros, porque yo tenía el pelo enrulado y era un negrito retacón como el fullback de Gimnasia, que también raspaba. Mi función culminaba al cortársela al “Indio” para que se la ingeniara hasta llegar a la ciudadela enemiga, señalada con latas, ladrillos, pilchas, los útiles, cualquier cosa que tuviéramos a mano, y si resultaba demasiado fácil, volver hacia atrás para hacer un gol elaborado, los de “chiripa” no se contaban.

Después del almuerzo, íbamos al cole de mañana, apretaba tímidamente el timbre de mi casa y se aparecía con una Pulpo para jugar de cabeza en las amplias veredas de la Avenida Córdoba, el bocho no me lo había fracturado, con la de goma podía hacerle partido, mientras llegaba la hora del picado en la Plaza.

Yo era fana de Boca por herencia familiar (de mis tíos maternos) pero nadie me llevaba a la cancha, a los once años una sola vez, después de mucho rogar, me permitieron ir a la Bombonera y disfrute con el 7 a 1 a Ferro, cinco o seis de Sarlanga. Soñaba con la mítica boina blanca de Severino Varela y sus goles de palomita. Lloraba cuando Boca perdía. Pero el Indio era de River y con una barrita iba a ver a la máquina.

Tanto me insistió y tantas ganas tenía yo de ver fútbol, que terminé haciéndome socio de River, la Secretaría quedaba en Suipacha a pocas cuadras de mi casa y costaba solo un peso por mes. Mi corazón siguió xeneize, los que cambiaban de cuadro eran los tembleque, por no decir oportunistas y cagones.

Eso ya fué entre los doce y trece años. Los domingos salíamos a la mañana tempranito, y en el tranvía a Barrancas de Belgrano, sacábamos la bandera por la ventanilla, cinco o seis chiquilines gritaban ¡River! ¡River!, todos menos yo, por lo que en la tribuna lo otros me señalaban y decían : ¡Este es de Boca! Pero los tribuneros que nos rodeaban no le daban bola al adversario enano. Desde Barrancas a patacon por cuadra llegabamos hasta el Monumental. Nos cambiábamos en el vestuario de cadetes, como yo todavía era un pibe que no tenía desarrollo los otros me cargaban, el Indio no dejaba que me mortificaran: -Déjense de joder que éste es más guapo que ustedes, cuando hay que sacar pecho ¿quien lo saca? ¡eh?

En el terreno que estaba detrás del estadio herradura, no existía la tribuna que da al río, entre pozos y restos de materiales de construcción, se armaban los desafíos, o los picados con una Nº 5, y si no encontrábamos rivales, hacíamos jueguito metegolentra, nadie quería ser arquero y la ley era que quien se daba el gusto se jodía, así hasta la extenuación. Entonces volvíamos al vestuario, nos bañábamos, vestíamos y según la situación económica morfábamos el sanguche o la tortilla que traíamos, o en el bufet del club, donde estaban almorzando los jugadores de primera, después de mucho elegir y hacer cuentas, matábamos el hambre con un plato de fideos, lo más barato de la lista.

Veíamos la tercera y la primera, la reserva jugaba los jueves. La tercera con tres centrales bárbaros, Curti, Distéfano y Sabatella, y en la primera la máquina, sin Moreno ni Muñoz que se habían rajado para el exterior, los suplantaban Gallo y Deambrosi , pero todavía seguía siendo la máquina.

A la vuelta la satisfacción y el bochinche impulsaban el tranvía, confieso que hasta alguna vez grité tímidamente River, me había empachado de fútbol.

Ese año terminó la segunda guerra mundial y el Indio mencionó como al pasar, su desprecio por los manifestantes que celebraban la derrota de los nazis. Antes de terminar las clases la familia del Indio se mudó a Palermo. Para no abandonar mi amistad, ni a la pulpo, ni a los picados de la Plaza., varias veces por semana, él se pataconeaba treinta cuadras. Alguna vez alcancé a retribuirle la visita, seguía sin saber donde vivía, nos encontrábamos en los veredones de la Av. Sarmiento linderos al zoológico, los animales no nos miraban y nosotros solo teníamos ojos para la pelota.

El drama se acentuó cuando mis viejos se separaron y abandonamos el barrio. Nunca más volví a ver al Indio.

Veinte años después estaba haciendo cola en la Casa Central del Banco Nación, cuando el cajero

llamó a alguien con el apellido del Indio, se presentó una alemancita petiza y rubiona . Y aunque físicamente nada que ver, no me pude contener: -¿Usted no será parienta del Indio?. –Sí, soy la hermana. –Fuimos compañeros en la escuela primaria, y jugábamos a la pelota juntos. ¿Cómo está el Indio? – Bien, gracias.

Recién entonces caí en la cuenta sobre los motivos, además del fútbol, que nos unieron tanto e hicieron que nos protegiéramos mutuamente. El Indio usaba un maletín viejo de medico. El padre ejerció en la Patagonia. Los dos teníamos orígenes de segunda, él porque era adoptado y aunque lo atendían como a un hijo no dejaba de ser sapo de otro pozo; y yo por el utilitario rigor con el que me “educaba” la vieja, la indiferencia de mi papá atrapado en su mundo, y el antisemitismo latente, más o menos disimulado, incluso de los maestros en la escuela.

Al Indio me hubiera gustado volver a verlo.



















EL DIBUJANTE DE ONGAMIRA

Nuestro trato fue circunstancial, casi lo había olvidado, pese a tener colgados en mi casa varios de sus cuadros, cuando una comunicación electrónica me hizo reflexionar sobre su vida.

Lo conocí a través de mi tío, que era un busca de buen corazón y por entonces se dedicaba a la compra-venta de antigüedades y obras de arte.

Compartían un departamento por el barrio Norte, en el que mi tío vivía y él utilizaba cuando viajaba a Buenos Aires para vender sus cuadros, carpetas de reproducciones y también los cuadros de otros o antigüedades que compraba.

Esa actividad de mercachifle lo desmerecía a mis ojos a pesar de su prestigio, había obtenido reconocimiento internacional, creo que en la bienal de San Pablo, y el gran premio de la Provincia de Córdoba. Tampoco me tomaba muy en serio a los demás allegados de mi tío, entre los que se encontraba una runfla pintoresca, mezclada con actores y gente que se había hecho de abajo, sin reparar en que yo mismo me sentía atraído por los reos de buen corazón y que para sostener la independencia de mi buena o mala literatura, debía realizar otras tareas.

Le acerqué una obra de teatro, que estaba escribiendo, sobre un joven pintor y sus peripecias para sobrevivir. Su opinión podía ayudarme a superar dudas y a establecer una relación mutua, pero no sucedió ni una cosa ni la otra, evitaba involucrarse con lo ajeno a su mundo, a su interés, más allá del ligero elogio.

Mantener dos familias, la primera con hijos grandes que estudiaban y vivían con la madre, y la segunda con hijos pequeños, lo obligaban a distraerse en negocios de arte.

Lo cierto es que cuando harto de obligaciones decidía entregarse a la pintura, se refugiaba en el paisaje de Ongamira, una pequeña localidad cercana a Capilla del Monte, a la que no había llegado aún el turismo ni la televisión. Su línea de gran dibujante, rescataba criollos de fuertes personalidades, influidos por la actividad que desarrollaban desde añares y no por la moda, recreaba un mundo.

Solo conocí Ongamira a través de sus relatos o su pintura. En casa mi tío colgó el “Estudio de Don Anselmo” y la reproducción dedicada de “El jardinero” pintadas en Ongamira, no se permitió vender las obras obsequiadas por su amigo, y desde entonces convivo con ellas.

Pero la rapacidad humana hay ocasiones en las que no tiene límites. Una empresa minera extranjera quiere instalar una mina de oro a cielo abierto en Ongamira, sin importarle la destrucción del ambiente que ello va a provocar, la enorme contaminación con cianuro que envenenará la tierra y las aguas. A ellos lo único que les interesa es el oro, fetiche de la riqueza. El oro cuyos compuestos tienen escasas aplicaciones prácticas, pero favorece el predominio financiero, la alienación por máximas ganancias, los enormes consumos innecesarios a costa de la destrucción del mundo habitable por el hombre.

Los descendientes de “Don Anselmo” y “El Jardinero” se oponen, no quieren que el oro los obligue a alejarse de Ongamira, destroce la Naturaleza en que se criaron, desgaje sus vidas.

¿Podrán contra la venenosa voluntad minera?

Existe el criterio de que las grandes inversiones extranjeras nos benefician, es dudoso, se llevan mucho más que lo que traen, y a su paso dejan ruinas. El ejemplo de la Forestal y la destrucción de los quebrachales no es el único. La gran concentración de la producción en un lugar es parte de un modelo distorsionante.

Enrique Mónaco, ese gran dibujante, ese pintor, se veía obligado a practicar una dualidad que me

desorientó, que lo obligaba a emplear su tiempo en actividades ajenas a su arte. Para pintar se refugiaba en Ongamira. Prefería inspirarse en modelos naturales, evitando los del sistema que lo hostilizaba.

¿Qué sentiría ante la amenaza a su refugio?

Cada vez quedan menos lugares donde los hacedores se refugien.

lunes, 19 de noviembre de 2007





















LA CIUDAD HOSTIL



Todos decimos amar a nuestra Buenos Aires, pero la ciudad nos irrita.

Las grandes megalópolis de diez, quince o veinte millones de habitantes, desgastan a su gente.

Las obligan a grandes recorridos, a un permanente apuro, a la lucha perpetua contra los demás, sean los automóviles, los transportes públicos de pasajeros, los otros transeúntes, las autoridades, los diferentes porque son diferentes e interfieren nuestra rutina, y los iguales porque pueden ocupar nuestro espacio.

Las grandes moles de edificación, nos impiden ver la escasa Naturaleza que se puede contemplar en la selva urbana, mientras nos cuidamos de que nadie nos atropelle, o nos robe. Agotados por las obligaciones y la competencia la tolerancia se reduce a un mínimo, la intemperancia se vuelve costumbre. Los destrozos de estaciones o de vehículos, la suciedad arrojada a la calle, o las paredes enchastradas con pavadas o insultos, son un síntoma y una reacción justificable a lo que estan sufriendo.

Y la tendencia parece irreversible, cada vez más autos complicando el tráfico y contaminando el ambiente, cada vez más torres impidiendo la contemplación del cielo.

Lo ideal sería desconcentrar, ciudades de veinte mil a doscientos mil habitantes, con algunos centros de hasta quinientos mil, contribuirían a una vida más tranquila, medianas y pequeñas empresas proporcionarían trabajo cerca, dispondríamos de más tiempo para pensar, estudiar y recrearnos, y un contacto más fluido con el medio Natural.

Es un proyecto a futuro con el que habría que comenzar desde ahora, sin destruir las megalópolis, mi Buenos Aires querido, las sentiremos más queridas cuando se dejen querer descongestionadas.

Me dirán que la ciudad es un enorme centro de agitación y difusión cultural y es cierto. Pero con los medios tecnológicos a nuestro alcance se podrá también difundir, crear y polemizar en ciudades adecuadas a una vida menos agitada, en que las energías puedan volcarse a actividades más placenteras que el diario ajetreo urbano.



CUESTIONARIO I - Hacia la Argentina del 2030.

Si le interesa conteste lo que piensa. Las opiniones serán publicadas.

1)¿Producción en cada lugar para consumo interno, o concentración distante?

2) Ferrocarriles y subtes vs. Camiones, autos y ómnibus.

3)¿Energías renovables, solar, eólica, mareomotriz, geotérmica, o combustibles fósiles?

4)¿Aumento de población en las grandes ciudades o incremento en el resto del país?

5)¿Educación, salud, ciencia, arte y deporte masivos, o para los que puedan pagarlos?





Agua, el placer perdido

II

Para mi quinto cumpleaños mi padre, que era un hombre de estatura menor a la media, me regaló una bicicleta inglesa Nº 20, aunque yo era por entonces irremediablemente petizo y no llegaba con los pies al suelo. O tal vez por lo mismo que me compraban la ropa grande para usarla mientras creciera. Así fue que durante los primeros años mi orgullo se satisfacía con mirarla. Dio la casualidad que al llegar a los siete un vecino se ofreció a llevarme a pescar al río Reconquista. El muchachote me auxilió durante todo el recorrido en bicicleta, la de él era Nº 28, y lo recuerdo como un anónimo ángel protector. A la alborada el primer tramo hasta la estación Once, por calles adoquinadas, aún con vacilaciones en las que mi bicicleta caracoleaba, me permitió ¡por fin! sentirse ciclista. Luego viajamos con las bicis en el furgón del tren hasta Moreno. Allí comenzó lo lindo, debíamos pedalear durante 7 u 8 kilómetros por caminos de tierra, hasta superar el pequeño dique del balneario Cascallares, que retenía parte de los peces, para arribar a un tramo entre pajonales apto para la pesca. Sentí al lugar tan virgen como mi experiencia, no recuerdo haber visto allí otras personas. Mi compañero desplegó las líneas como espineles, y nos sentamos a la sombra de los sauces llorones a comer el primero de los sandwiches que llevaba en una canastita de paja prendida del manubrio. El entusiasmado recorría las líneas. Yo disfrutando del buen tiempo en la orilla contemplaba como el agua lodosa de su ropa le importaba menos que el resultado de la pesca. Pero no iba a durar mucho tampoco mi ropa seca, el cielo comenzó a oscurecer y cayó un aguacero de padre y señor nuestro. Terminamos de comer los sandwiches pasados por agua, la pesca reemplazó en la canastita a las provisiones, y nos vimos obligados a emprender el regreso. Si el camino de tierra a la ida me resultó penoso, se imaginan lo que fué a la vuelta convertido en un andurrial. Diez veces al apartarme de la huella caí al barro, y como siempre que llovió paró, al rato de haber iniciado la vuelta, el barro se secó sobre mí como un revoque consistente. En la estación nos lavamos las patas en una canilla y de vuelta al furgón rumbo a la urbe de cemento y a la bañadera donde me sumergió mi madre ipso-pucho. Las peripecias no atemperaron el buen recuerdo de esa aventura, que aún hoy conservo. ¡Quién pudiera volver a vivirla!


Diez años después, volví al río Reconquista con barras estudiantiles o políticas en paseo campestre al balneario Cascallares, donde los nadadores y los no tanto nos refocilabamos. Poco después con un compañero cuyos padres tenían una casita a su vera fuimos a pasar entre varones, la semana de carnaval. Los ejercicios en tierra y en el agua complementaron los anocheceres de interminable conversación, en los que tratabamos de desentrañar los entresijos de la vida.

Por fin, habiéndome yo casado, a mi padre le prestaron un lindo chalet que daba sobre el río, y compartimos con mi esposa y él un fin de semana bucólico. Además de descubrir una forma lenta de nadar, que reemplazaba al braceo agitado, y me permitía prolongar los recorridos, pude solazarme con la contemplación:


El Arroyo Reconquista

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Este es un río,

que en su cauce inundado de flores marchitas

arrastra un trozo de tierra hacia el mar.

Sobre la velada superficie

los rayos yertos de la aurora

son creadores de inmemorial espejo,

destrozado y deshecho,

por soplos fugaces

por el lecho fangoso,

deshecha a la vez nuestra imagen

repleta de vientos y de aromas

salpicada por burbujas huidizas

alcanzando con ellas las estrellas.

Eternamente prisioneros

del cristal impuro

irisado en círculos perfectos.

Eternamente alejados de la perfección.

Vano y ligero ensoñamiento

hijos del agua y de la tierra.




Siempre conservé la esperanza de heredar la talla de otros familiares. Satisfaciendo un anhelo probable pero dudoso, en la adolescencia superé a mi padre en dos palmos Y también me hubiera gustado seguir gozando del río Reconquista. En los cincuenta años transcurridos se transformó en una cloaca maloliente que solo refleja en la superficie aceitosa un negro porvenir.