domingo, 30 de noviembre de 2008


EL CONO DE SOMBRA DEL INGENIERO FANTINI

Después de pasados treinta años sólo puedo acercarme a sus motivaciones, sin precisión nicertezas. Son tantas y tan complejas las razones de las conductas y ocultaciones en los seres humanos.

El devenir de los hechos, o la casualidad, me llevó a trabar relación y sentir inmediata simpatía por él.

Pedíamos en un aviso, Técnico Químico o Mecánico, para la fábrica de leche en polvo de Entre Ríos, a la que me he referido en otras oportunidades. No eran muchas las posibilidades de que la publicación diera resultado, había poca gente dispuesta a radicarse en un pueblo aislado entre caminos embarrados.

El último Ingeniero, santafesino, se había retirado después de no dar pié con bola con el manejo de la producción, quizás alarmado por las consecuencias que le depararía la debacle de la industria, a la que habían contribuido sus desatinos.

Desilusionados por los profesionales de la zona, con muchos títulos pero escasa capacidad práctica, nos tiramos el lance de conseguir para el puesto algún profesional con experiencia, que pudiera dar vuelta la tortilla, y tuvimos suerte.

Fantini para conseguir el puesto se presentó humildemente como Técnico Mecánico, dio como referencia a los directivos de la fábrica de tractores Deco, que se había retirado del mercado, pero cuyos directivos seguían vigentes.

Ellos nos dieron las mejores referencias del Ingeniero Fantini. ¿Ingeniero? Si, Ingeniero, Jefe de Producción de la fábrica de tractores, a quien habían enviado a especializarse en metalurgia a Alemania.

Cuando le preguntamos a él por la razón del ocultamiento de su título, nos explicó que se había recibido en la Universidad Obrera, primer embrión de lo que hoy es la Tecnológica, lo que era mal visto por algunos empresarios. Necesitaba alejar a su esposa e hijas de la familia materna, y un trabajo en el interior le brindaría esa posibilidad.

Además le entusiasmaba el trabajo fabril y en Buenos Aires sólo le ofrecían tareas técnicas vinculadas a la comercialización, o el diseño.

Enseguida confirmó sus antecedentes. Desde la madrugada hasta caída la noche trabajaba como si nada, dando solución no solo a las dificultades rutinarias, sino a las estructurales, y hasta los derivados de la lluvia y los caminos intransitables, con carros o como fuera, la leche llegaba en condiciones a la planta, no se producían coagulaciones en las cañerías, la calidad del producto se acercaba a los parámetros, y disminuían los descartes.

Nunca me había topado con un jefe de producción tan capaz.

La cuesta era pesada, los cuatrocientos mil litros de leche que había tirado el santafesino, casi cincuenta mil kilos de leche en polvo entera, complicaban las finanzas, y los tamberos se mostraban reticentes a seguir con la entrega para cobrar algún día. Si no deteníamos la sangría en la recepción subrían los costos por kilo producido y crecerían las dificultades.

Fantini no se quejaba, se empeñaba más para colaborar en las soluciones.

Como le conté a todos los que quisieron escucharme, la fábrica funcionaba ordenadamente, era el momento de buscar socios con respaldo, aún cediendo la mayoría de las acciones.

Si a mí me miraban con escepticismo, que incumbencia podía tener en eso el Ing. Fantini?

Así y todo pensamos que saldríamos adelante, ya no se tiraba ni un litro de leche líquida, lo que vendíamos conformaba a los clientes, y se habían reducido la cantidad de horas extras.

Enfrentábamos el futuro con optimismo, olvidado el malestar por la depresión anímica en que habíamos llegado a caer, trabajar en la fábrica volvía a resultar satisfactorio.

Gracias a Fantini.

Me invitó a cenar en su casa para que los suyos me conocieran. Una comida casera, después de la monotonía de los churrascos en la casa del personal, o los fideos recocidos del boliche del pueblo, me vendrían de periquete.

Vivía en Nogoyá a 30 km., viajamos en su auto, si se hacía tarde también me quedaría a dormir, a las 6 de la mañana siguiente volveríamos puntualmente a la fábrica.

Comimos suculentamente, su esposa cocinaba bien, ni a ella ni a las dos adolescentes les interesaba nuestra conversación y no lo disimulaban. Las conocí menos de lo que tal vez el Ingeniero Fantini hubiera querido, la señora me pareció una sencilla ama de casa, las dos hijas más elementales que Fantini.

Debíamos dormir, para regresar antes que amaneciera. Me correspondía la pieza de las visitas, previamente aireada. Intenté dormir pero por la ventana abierta había entrado un ejército de mosquitos, negros y grandes succionadores entrerrianos. La casa estaba en silencio, por timidez no me atreví a alterarlo para pedirles espirales. Embarcado en una batalla, transformé el diario en un machete, los mataba contra las paredes, cien, doscientos, no se, un par de horas, hasta que caí rendido.

Al tiempo los socios mayoritarios de nuestra fábrica de leche en polvo, excluyo al médico alergólogo especialista en liofilizacion que me había convocado, encontraron socios. No eran del ramo, me parecieron inadecuados, una situación propicia para vaciadores de empresas en dificultades. La grosera selección me llevó a dudar de quienes los eligieron. Sospeché sobre su posible participación en la sustracción de los fondos que realizó el anterior propietario.

Preferí retirarme, poco después también lo hizo el Ingeniero Fantini, con el que seguimos manteniendo buenas relaciones.

Entró a trabajar en la envasadora de soda, aguas minerales y refrescos, más grande de la Provincia, radicada en Concepción del Uruguay, que también andaba a los tirones. Pero las razones en ese caso eran otras, los sucesores de quienes la habían fundado no querían ocuparse. Uno era abogado otro escribano, muy lejos del diario burrear que requiere una fábrica.

Así pudo proseguir Fantini el plan de mantener alejadas a su esposa e hijas de la familia materna, cuya influencia él juzgaba perniciosa.

Con el correr de algunos meses, los sucesores vieron la posibilidad de hacerse de efectivo, y renovar el negocio, sin molestarse demasiado. Le ofrecieron una participación importante a pagar en parte con futuros beneficios. Vendió su casita de Lanús para cumplimentar lo que debía abonar al contado, y adelante con los faroles, a su juego lo habían llamado, trabajar denodadamente y con eficiencia.

Sería la emoción o las corridas para reunir el dinero, la cosa es que súbitamente se sintió indispuesto. Lo internaron de urgencia en una Clínica de Concepción del Uruguay, con diagnóstico de apéndicitis y urgente operación. Él no estaba en condiciones de decidir y su esposa se vio obligada a aceptar enseguida.

Pero el diagnóstico era equivocado, sufría de una deficiencia hepática producto de una bruta intoxicación.

No resistió la operación, la vida de Fantini se hundió definitivamente en el cono de sombra contra el que había luchado hasta la muerte, y su mujer se encontró sin ningún apoyo, y sin medios, hasta el último peso se había invertido en la compra.

Desesperada por regresar a Lanús, aceptó la oferta del abogado y el escribano que para qué la querían a ella como socia, recompraron las acciones del finado en una parte de lo abonado. Y en esta historia de ligeros y velocidades, antes de una semana desde el fallecimiento de su marido estaba de regreso en Lanús.

Al poco tiempo me vino a visitar para averiguar como podía iniciar los trámites de la pensión, y se quejó por el desamparo en que había quedado.

Le contesté que su parte de la envasadora valía mucho dinero, desconociendo que la había vendido por muy poco y ya no le quedaba casi nada.

No me impresionó bien, me pareció otra, no la ama de casa sencilla que había conocido, Vestía con elegancia y se comportaba con cierta coquetería. Le recomendé un abogado para que pidiese la nulidad de la venta y no la volví a ver, ni me volvió a llamar.

Por un momento me sentí inmerso en el cono de sombra en el que había vivido mi amigo.

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